NO SÓLO TAPAS.
REENCUENTRO FELIZ.
Ya ha llovido desde que, allá por 2005, tuve que dejar de escribir mi pequeña crónica semanal en este diario por pura cuestión de falta de tiempo. Estaba pergeñando mi primer libro y esa nueva criatura reclamaba toda mi atención. Hoy, seis años y tres libros después, El Correo llama de nuevo a mi puerta y yo encantado de volver a ser parte de él.
A partir de ahora --y espero que por mucho tiempo--, una vez al mes, más o menos, nos encontraremos en estas páginas para hablar de muchas cosas, de ahí el título que le he puesto a mi sección; No sólo tapas, pues espero hacer de estas líneas un lugar de encuentro, de debate y de buenos ratos, exactamente igual que si fuese la barra de mi bar o las mesas de mi restaurante, donde, no sólo se come y se bebe, sino que se vive… y se convive; algo tan extraño en este mundo moderno que es siempre tan veloz.
Todos sabemos que hay conversaciones y acuerdos que hay que sacar de la severidad de los despachos y que, ante un par de copas de vino y un plato de buen jamón --por ejemplo--, es mucho más fácil limar asperezas y aunar criterios que si los interlocutores estuviesen sentados en serios sillones de cuero negro y rodeado de libros encuadernados en piel que parecen acusarte de algo desde las doradas letras de sus lomos. No sé a ustedes, pero a un servidor la dan un poco de yuyu esos escenarios.
No me gusta que me llamen restaurador, los que me conocen ya lo saben; prefiero hostelero o, sencillamente, tabernero. Ésta última acepción lleva implícita tal carga de experiencia, sabiduría popular y mano izquierda, que no se puede estudiar ni en la más prestigiosa escuela de hostelería del mundo. Inteligencia emocional pura y dura.
Un mostrador es como un confesionario. Se asombrarían ustedes de la necesidad de sincerarse con el camarero que tiene muchísima gente. Terapia pura y dura. En Estadios Unidos dicen que la amistad es la terapia de los pobres. También podríamos decir que la psicología pudiera ser la búsqueda de la amistad de los ricos. Pero, ni los norteamericanos ni la segunda reflexión están en lo cierto. Sin embargo, hay un dato estadístico, frío y rotundo (como suelen ser ellos), que afirma que el índice de suicidios de un país es inversamente proporcional al número de tabernas que tiene. Ustedes mismos.
Así pues, este rincón mensual que espero compartamos, tendrá de todos. Hablaremos de cocina, de vinos, de jornadas, de viajes, de bodegas… pero, sobre todo, hablaremos del mundo tabernario, como dicen por Carmona, el pueblo de mis ancestros. De esas cosas que sólo pueden suceder en las tabernas, aunque tendremos que ampliar ese término para que dentro de él quepan bares, mesones, cafeterías, restaurantes, ventas, pubs, y cualquier otro antro (dicho sea con todo el cariño del mundo) en el que se beba, se coma o se charle. En definitiva; donde se viva en sociedad.
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