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lunes, 19 de marzo de 2012

Correo Andalucía.

Hola a todos. os dejo mi última colaboración en la revista Tapas y Viajes, de El Correo de Andalucía.






DOÑA PEPI CACHASLARGAS.


¡Ay, doña Pepi! Tan alta… tan elegante… tan posturitas… tan… tan… tan… maleducada…
No me digan ustedes que nunca se la han cruzado en uno de los bares o restaurantes que usted frecuenta. Nuestra amiga selecciona mejor que bien el sitio y la mesa donde asentará sus reales, puesto que una mala ubicación acabaría inmediatamente con su más que bien merecida reputación. Veamos su entrada en el local como si de una película se tratase, fotograma a fotograma:
Entra elegante, amable, siempre con esa media sonrisa que sabe que tan buen resultado le da. De un rápido vistazo elige el sitio y la mesa que mejor le van (los más estrechos) y tarda pocos segundos en hacer del maître su más sumiso servidor.
Pide un aperitivo y se demora unos minutos en ordenar la comida, charlando con su compañía, que puede ser tanto masculina como femenina y, antes de quince minutos, llega su momento estelar, ese instante mil y una veces ensayado, esa pose que borda como nadie: gira su cuerpo noventa grados hacia el pasillo y cruza sus largas y estilizadas piernas ocupando --casi-- el estrecho espacio por el que tienen que pasar camareros y clientes. Ya  está la trampa montada.
El personal de servicio del restaurante duda. ¿Le dice amablemente que les impide el paso o intentan esquivar tan lindo pie?
Doña Pepi disfruta imaginando el dilema. El de los camareros y el de los demás clientes porque --adrede-- siempre llega temprano, muy temprano, para que el resto de los comensales no tenga más remedio que esquivar sus extremidades inferiores envueltas casi siempre --vaya usted a saber por qué-- en botas largas, sobre todo de esas llamadas de chupamelapunta.
Mientras habla con su compañero de mesa, balancea la pierna que está sobre la otra con un movimiento cadencioso, siguiendo algún ritmo oculto e indescifrable. Los pobres camareros intentan adaptarse a él y pasar entre una subida y bajada de bota, pero no lo consiguen y se llevan el correspondiente puntapié acompañado --eso sí-- de un “lo siento” unido a una sonrisa angelical de las que parecen que no han roto nunca un plato.
Hay quien se atreve a pagarle con la misma moneda e intenta pisarle el pie que apoya en el suelo. Es inútil. Ella, acompañada por una extraña y leve risa o un acomodarse mejor en la silla, lo recoge lo justo a tiempo para evitarlo. Es una profesional. Toda una profesional. Al igual que su versión masculina, que se diferencia de ella --además de en el sexo-- en el calzado; donde había botas ahora lucen mocasines con borlas y calcetines ejecutivos.
Realmente hipnotizadoras esas borlas. Arriba, abajo, arriba, abajo, arriba.
--¡Ay!
--Usted perdone.

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