FAUNA TABERNARIA.
Cuando, hace ya bastantes años, me puse a escribir más o menos en serio y casi a diario, busqué consejo y oficio entre amigos escritores. Aunque parezca lo contrario desde fuera, los artistas de la pluma y del teclado son generosos y solidarios; te cuentan trucos, sensaciones y técnicas que no están escritas en casi ninguna parte. Milagro es que, en cualquier entrevista a un escritor consagrado, no haga alusión a algún gaje de su oficio y te dé pistas para hacerle frente.
Una de las cosas de las que casi todos me hablaron fue la del pánico al folio en blanco (aunque hoy tendríamos que decir a la pantalla del Word en blanco), frase hecha con la que se cita a la falta de inspiración, a la ausencia de esa caprichosa señorita llamada Musa que aparece y desaparece cuando le viene en gana. Pues bien, llevo un par de días padeciendo esa enfermedad y, o no se me ocurre nada de lo que escribir, o si sí, me invade una perenne sensación de dejá vu. A veces repaso los últimos artículos de los diferentes medios con los que colaboro para ver si es así, pero otras no, sino que tiro por la calle de en medio y busco otro tema.
Para este mes tenía prácticamente decidido hacer y provocar algunas reflexiones sobre esta ola-de-nuevos-bares-que-nos-invade. Ola que es un totum revolutum en el que entran profesionales de verdad, advenedizos que buscan lavanderías para sus manchados billetes y gente de otros oficios que se creen que un bar es una mina. Pobres.
El caso es que borré lo que tenía escrito y decidí dar un golpe de timón para que esta nave rolase 180º en su travesía. Así pues, me decidí a darle forma de entrega por artículos a un viejo proyecto que tenía en la recámara: Fauna Tabernaria, que así se llamará desde la próxima, mi colaboración en esta revista y en la que, en el más puro estilo Pacorroblesino, hablaré de todos y cada uno de los arquetipos que pasean sus reales por los espacios de un bar, un restaurante, una cafetería, etcétera. Y lo pretendo hacer con sentido del humor y con cierto cariño, pues habrá de todo: clientes, taberneros, proveedores y demás satélites que conforman ese complejo sistema planetario que es un establecimiento de hostelería. Estoy seguro de que todos nosotros nos veremos de vez en cuando emparentados con alguno de estos modelos, a veces reales, a veces caricaturescos, pero siempre sin acritú, que diría mi paisano González.
Confesado, pues, que me inspiro descaradamente en aquella obra maestra de la literatura rancia (y a mucha honra) y localista que se llama “Tontos de Capirote”, le pido perdón a maese Paco Robles y a mis hipotéticos lectores si alguna vez destrozo en demasía el modelo del que bebo. Siempre sería sin querer.
Y dicho todo esto, les emplazo para dentro de cuatro semanas, fecha en la que nos visitará nuestro primer personaje: don Yosé Loquetuquieres, del género Sabihondis, y especie Repelentis. Ojú.
12 de Enero de 2012
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